sábado, 26 de abril de 2008

RETORNO AL HOGAR

¡Loco! ¡Maldito loco! Así suelen llamar a Roberto Narváez cuando lo ven salir sagradamente todos los días, desnudo de los moteles de la calle 23, a las 2:30 a.m. en el centro de la ciudad. Y así le siguen llamando, debido a que religiosamente sale con su ropa guindada en el brazo, escoltado a lado y lado por dos hetarias o mujeres de la vida triste y de hipócrita alegría como él suele llamarlas. Le llaman loco, y algunos hoy día aún se persignan cuando lo ven, porque a medida que camina ya sin compañía, siente que lo invade un profundo sueño como producto de sus andanzas, y bajo este estado, no tiene inconveniente en entregarse a Morfeo, acostándose en el frente del edificio de la antigua empresa de Telecom.
Como suele vestir bien, extraña mucho encontrarlo en esta actitud. Sentado en un andén, encogido de piernas, y con la mirada perdida en el pavimento. Reposando sobre un traje Oscar de la Renta o un Hugo Boss, como no sintiendo frío o calor o sed o hambre. Siempre, sagradamente, a las 3:00 a.m., después que algunas personas han entrado y salido del Sandwichsop de la 22 con trece, y lo alcanzan a ver borrosamente.
Nadie le roba. Talvez porque dicen que es bueno, y que a nadie hace daño con su actitud. O porque ante su presencia hay algo que impide que le hagan daño, así sean las personas más perversas. Se reincorpora generalmente entre las 5:30 y 5:45 a.m., cuando apenas despunta el alba en el centro de Bogotá. Ya despierto y casi inconsciente de lo que ha hecho, se viste con la misma ropa sobre la que ha dormido durante un indeterminado trecho de su “corta noche”. Generalmente, como si fuera una rueda suelta, sale corriendo hacia el sur, deshaciéndose la figura de su espectro entre el smoke de los autos que comienza a ascender; reflexionando de qué manera o bajo qué disculpa no volverá a ese lugar. Pero todo será inútil. En el momento de llegar a su morada, saluda como si acabara de llegar del trabajo. ¡Buenos días mamá! ¡Buenos días papá! ¡Buenos días hermano! De aquí en adelante, su mundo se le revela en un eterno vacío, porque todo lo hecho hasta ahora ha sido nada…
Roberto Narváez murió el 23 de Noviembre de 1993 a las 2:30 a.m. en frente del edificio de la hoy llamada Colombia Telecomunicaciones. Fue enterrado al lado de sus padres y de su hermano, tal como lo hubiese deseado en vida. A pesar de todo fue un buen hijo, y talvez también, un buen hermano.
Nuestro Eterno Retorno


Acabas de verme aunque no sepas que te he estado observando durante todo este tiempo. Desplegando todo ese encanto que tienes en frente de tu espejo, contoneas toda tu humanidad frente a quien te interesa. Buscas tu muerte, jugueteando todas las noches con tu vida, cuando llegas tarde a tu hogar. Pero lo que no sabes es que no te haz deshacido de mí, como si esperaras siempre, un signo que indique tu destino. Preguntas el por qué de mi voz, o el por qué de mis voces solitarias. Preguntas también, por qué razón no te identificas con la fuente de tu intención. Después de todo tus palpitos son los reflejos de mi actual situación.

Escuchas música. Tocas el bajo. Abres un pentagrama que posee las notas musicales de Black Magic de Slayer. Y al ritmo de su angustiosa, excitante y agónica melodía, todo a un mismo tiempo, sientes el mundo que gira a tu alrededor, y dentro de este, un sub-mundo que te invita a quedarte. ¿Terminarás quedándote?, fue la pregunta que te hacia tu madre al momento de decidirte por la pintura de la vida... escogiendo finalmente una melodía de esta misma vida. Pero no fue así.

Porque aquí, tal vez seamos uno solo en medio de nuestros mundos disímiles. De pronto te vea en todas partes, sin tu verme en ninguna; tal vez tengas esa facultad que poseen los upanishads, de desdoblarte de quien eres, y ser siempre donde estás. Aunque observándote mejor, quisiera verte en realidad donde yo me encuentro. Girando y tirando mi esfera del destino, sin saber a donde voy o en donde me quedo. Puedo verte, sentirte y acariciarte con mi alma, ¿o la de otro? Sintiendo que me autoinflijo este placer. Después de todo Sartre nos dice que cuando amamos, nos amamos a nosotros mismos. Sí mi queridísimo espejo, tal como Narciso aunque el haya visto su reflejo en el agua de un lago, o como Arácne con sus costuras, o Prometeo con su conocimiento. Todos enloquecieron. Yo no. ¿Tú si?

En la gruta que me conduce hacia tu destino, voy cruzando muchas calles que me llevarán a encontrarme ante tu presencia. Sin embargo, creería que me siento aún un poco lejos, aún cuando tu me dijeras, Turn on the right and straight on... direct to my heart. Sé que eso me lo dirías con inspirado acento, más no con sentida convicción, Now, I turn on the left, walk two blocks, and I should be in front of your window… near at your... Esto te lo diría yo, con mi eterna inseguridad y timidez. Aquí es donde recordarás aquel momento cuando estuvimos en Wiltshire, caminando por Castle Coombe. Respirando el entibiado aroma de los sauces y eucaliptos en algún otoño perdido en nuestra memoria. Esto lo asociarás a un mismo tiempo en el Parque Nacional. Nuestro parque Nacional. Contemplando y respirando el aroma de los pinos en nuestro eterno atardecer. Impregnándonos a un mismo tiempo, de ese hechizante olor a hierba húmeda que tanto nos gusta a ti y a mí. Ese aroma que podríamos quedar oliscándolo toda una vida…

Verano. El sol penetra por tu ventana y entibia nuestras cabezas. Detrás de las reflexiones anteriores, solo se encuentra el olvido. Pero vuelves al amor de narciso, y te quedas observando; te quedas contemplando. No encuentras tu rostro. La mano que sostiene nuestra esfera, ha comenzado a temblar. Casi desfallece. El olor a hierba húmeda y fresca de hace algunos instantes, se torna en almizcle quemado por el sol. Olor a pino que se confunde con nuestros recuerdos. Sauces y eucaliptos inexistentes ante nuestra ensoñación. Falsedad de la imaginación o imaginación de la falsedad. Columbrón.

Otoño. Aunque no haya estaciones térmicas en nuestro mundo, vislumbro las estaciones de nuestra vida con ensoñaciones aclimatadas en lo hídrico. Emancipación de nuestros sentidos. Dolor de cabeza que perturba tu alma. Herida abierta y sin salida que acosa mis sentidos. Aislamiento de la vida y vivencia en aislamiento. Tráfago de una vida que vivencia, se enferma, que lucha y se muere interiormente. Sosiego de tu alma que clama una salida violenta de su morada; desasosiego de mi espíritu que busca intensamente un refugio en ti. Constreñimiento de nuestro ser.

Vuelvo a la mano que nos sostiene. Talvez, porque esta se encuentra sustentada por la nada. Sordo vacío de lo nebuloso. Estridente silencio de lo insospechado. Dentro de la imagen que inspira mi propia imagen, encuentro una muerte congelada en su superficie, y unas vidas desvalidas en su interior. Densidad. Eterno bucle. Muerte que otorga la vida y vida que otorga la muerte. Es la ley de nuestras vidas.

Si yo fuera tu mismo, no habría justificación para redactar esta búclica narración. Pero de pronto soy ese que se encuentra delante tuyo. Aquel que te mira desde ese marco que se refleja en tu esfera; aquel marco que se ubica desde arriba de los anaqueles, hasta el piso de tu espacio. Imagen impensada de tu narración. Origen desconocido de tu conciencia. Y debajo, en un más allá que viene a ser un más acá, observo la figura de un hombre que sostiene una esfera. Te veo a través del cristal de tu mirada, y me encuentro con una figura que es casi la mía. Te reconozco. Te veo sentado en el sillón en el que estaba hace un momento meditando con mi bola de cristal, en una especie de eterno retorno hacia mí.